VÍSPERA
El marinero bebe la rosa de los vientos
en cristal de bandera y luna clara.
En pie sobre sus anclas el barco soñoliento,
devana sus cadenas y peina sus amarras.
Enhebrada se queda la aguja del viaje
junto a la carta azul, el compás y la lente;
mientras en capitán, entre dos blancos mares,
ágil nadador joven, limpia espuma desteje.
Sobre su frente un atlas abre su mariposa
y en el papel el barco juega a flores distantes,
trazando itinerarios sobre las planas olas
que, el pincel del ensueño, tiñe con falso esmalte.
Fuera del camarote: la cubierta dormida,
meciendo sus naranjas entre miedo y tristeza…
Por las calles del puerto, aún las luces oscilan
y, en los bares lejanos, las voces cabecean.
Una estrella derrama su baraja de oro…
En la mesa del agua juega el pez y el reflejo.
La campana acaricia, el silencio que ha roto
al cubrir las heridas de su piel bajo el eco.
Las anclas justifican el molde de su ausencia,
aún sujetas al suelo entre rosas profundas.
La enmohecida hélice sus pétalos ordena
y, la máquina fiel, su corazón ajusta.
Las brújulas se inquietan por su largo descanso,
su inquietud multiplica los puntos cardinales
y, muestra al marinero, en su oráculo falso,
el balcón y la rosa final de su viaje…
Toda la noche cuelga como un gran mapa negro.
El cartón de la luna gira su blanca esfera
y, en ella busca el barco, con su largo puntero,
el puerto más cercano y el agua más serena…
Otro barco en mi pecho su movimiento imita,
-¡siempre es doble mi alma en su imagen dispersa!-:
sus barandas arregla para la despedida
y su timón prepara hacia el alba que espera.
-¿Saldrá la luz?…
-¡Silencio!…
(Llora el barco sus anclas.)
¡Despierto el marinero, rompe el sol sus amarras!
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