¿Te acuerdas del Triunfo de Alejandro Magno, de Gustave Moreau? La belleza y el terror, el instante de cristal en que se corta la respiración. Pero tú no te detuviste bajo esa cúpula en penumbras, bajo esa cúpula iluminada por los feroces rayos de armonía. Ni se te cortó la respiración. Caminaste como un mono infatigable entre los dioses pues sabías –o tal vez no- que el Triunfo desplegaba sus armas bajo la caverna de Platón: imágenes, sombras sin sustancia, soberanía del vacío. Tú querías alcanzar el árbol y el pájaro, los restos de una pobre fiesta al aire libre, la tierra yerma regada con sangre, el escenario del crimen donde pacen las estatuas de los fotógrafos y de los policías, y la pugnaz vida a la intemperie. ¡Ah, la pugnaz vida a la intemperie!
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