Yo, que llegué a la vida demasiado pronto, que fui-que soy-la que se anticipó, la que acudió a la cita antes de tiempo y tuvo que esperar en la consigna viendo pasar el equipaje de la vida desde el banco neutral de la deshora.
Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto -como todos sabéis-que nunca debí hacerlo, que hubiera yo debido meditarlo antes, tener un poco de paciencia y tino y no ingresar en este tiempo loco que cobra su alquiler en monedas de espanto.
Yo, que vengo pagando mi imprudencia, que le debo a mi prisa mi miseria, que hube de trocear mi corazón en mil pedazos para pagar mi puesto en el desierto, yo, sabedlo, llegué tarde una vez a la frontera.
Yo, que tanto me había anticipado, no supe anticiparme un poco más (al fin y al cabo para pagar en monedas de sangre y de desdicha qué pueden importar algunos años). Yo, que no supe nacer en el cuarenta y cinco, cometí el desafuero, oídlo, de llegar tarde a la frontera.
Llegué con los ojos cegados de la infancia y el corazón en blanco, sin historia. Llegué (Señor, qué imperdonable) con nueve años solamente. Llegué, tal vez al mismo tiempo que él pero en distinto tiempo. No lo supe. (Oh tiempo miserable e injusto.) Estuve allí-quizá lo vi- Pero era tarde. Yo era pequeña y tenía sueño. Don Antonio era viejo Y también tenía sueño. (Señor, qué imperdonable: haber nacido demasiado pronto y haber llegado demasiado tarde.) |
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