Un relámpago, apenas
Frente al espejo, yo, la inevitable:
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los renunciamientos, con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el último adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
-ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel sin fin-
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si dibuja unas alas
en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo del
sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más lejanísima
frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los rincones, los sollozos
y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un relámpago, un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad multiplicada
Olga Orozco , poeta argentina |
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