jueves, 12 de julio de 2018

José Cereijo

LA ALONDRA

JULIETA.- ¿Quieres marcharte ya? Aún no ha despuntado el día. Era el ruiseñor, y no la alondra, lo que hirió el fondo temeroso de tu oído. Todas las noches canta en aquel granado... ¡Créeme, amor mío, era el ruiseñor!
ROMEO.- Era la alondra, la mensajera de la mañana, no el ruiseñor...




Amar, amar la vida
sin esperanza alguna,
sabiéndola tan frágil, y tan corta.
Saber bien que la alondra
muy pronto va a cantar
(que, en realidad, está cantando siempre),
y amarla todavía, negándose al engaño
de que es el ruiseñor, y largo el tiempo.
Y despedirla luego, cuando raye
en la colina el día
que ya no será nuestro,
con un último beso, más dulce que los otros.
Saber que es para siempre, que ya nada es posible,
y apretar aún la mano final que se nos tiende,
con un amor que es casi gratitud,
y pensar que fue hermoso:
un don digno de un dios, que, aunque no exista,
bien hubiera podido, solamente por eso,
llegar a ser verdad.





 Romeo & Juliet

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