La flor amarilla
Si debo hablar, ¿qué diré?
¿Qué he encontrado cura
para los enfermos?
No hallé ninguna
cura,
más que esta flor torcida:
con solo
mirarla
los hombres sanan.
Es a esta flor
a la que todos cantan
secretamente
sus himnos. ¡Esta es aquella
sagrada
flor!
Y ¿cómo es posible?
¿Una flor retorcida
y oscura? Es una
flor de mostaza,
y aun menos:
apenas un ramillete
sobre el tallo deforme
y de hojas carnosas,
detrás del vidrio,
en este tiempo helado.
Una flor desgarbada
e impropia
del clima;
¿cómo es que ha
conseguido tenerme
aquí, boquiabierto
inmóvil frente a esta ventana,
en medio del frío,
sin más
voluntad, sin ojos
para que no sean
sus torcidos
pétalos amarillos . ?
Que esta apariencia
aunque extraña
para mí
es común está claro:
existen flores como esta,
con hojas así, que crecen
en sus climas
originarios.
Y entonces, ¿por qué la tortura
y la fuga a través
de la flor? Es como si
Miguel Ángel
hubiese tomado de ella
el tema de sus Esclavos
—y quizás así fue.
Y ¿no hizo él
florecer el mármol?
Estoy triste
como lo estaba él
a su manera heroica.
Pero además
tengo ojos
para ver
y si bien presienten mi ruina
y la de todo
lo que amo, descubren
también
en mis ojos
y mis labios
y mi lengua el poder
para liberarme
y para hablar de ello, igual
que Miguel Ángel, en sus manos,
notó un poder similar
si bien mayor.
En suma, he ahí los
torturados cuerpos
de
los esclavos y
el torturado cuerpo
de mi flor
que no es siquiera una flor de mostaza
sino apenas una flor irreconocible
y extraña
que yo he de naturalizar
y aclimatar
y hacer mía.
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