El mío, María
Si todos tenemos un ángel –como dicen-
el mío es usted;
sin alas ni aureolas, simple, común y
corriente.
Que no sepa nadie, ángel mío,
que has tergiversado mis creencias;
no por otra cosa profeso ante tí mi
idolatría.
Imagínate: Volverse agua mi boca
cuando presiento en la tuya
una estación para mis besos
Que no quepo en la gloria cuando
fundamos los dos
el pecado mortal de la dicha
donde acabamos siendo sal, sed,
incendio y fruta.
Y, si no, qué dispendioso misterio
pervive en todas partes
que, si no estás, toda entera vas
conmigo
pervirtiendo mi soledad y cada tiempo
que transcurro.
Para divina, ahí está el pérfido
ensalmo de tu cintura,
la gracia inmerecida de tu risa, el
ajuar renegrido de tu pelo
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