Nube de nada
Hay un lugar en que la vida tiembla
ante
el viento y la noche
igual
que un pensamiento equivocado.
Un
lugar de cristal que alguien ha roto
y en
que ya no andará descalza la inocencia.
Un
lugar en que flota
el
cadáver de un niño ahogado en un mar de relojes
que
giran con el dolor de los juguetes averiados.
Y ese
mar suena a orquesta de difuntos que interpreta
Las
partituras indescifrables del tiempo.
Y hay
un baile de espectros incesantes,
y sus
rostros son los mismos de aquellos
que
andaban por la casa, que hablaban de viajes y países,
que
traían regalos de ultramar,
cuando
tenía
antifaces
la vida, y era la dama loca
que
se abría como una flor de nieve
cada
día en los ojos
que
miraban asombrados los naufragios
de
los buques fantasmas,
el
vuelo de las cometas en la playa errabundas
y la
fugacidad
de
los castillos de pólvora, al final de los veranos eternos,
cuando
se desgarraban los toldos por el viento y volaban
por
las calles vacías los sombreros perdidos,
plumas
de gaviotas y arenisca, los jirones
de
carteles de cines y de circos
que
traían el silbido de las balas,
la
furia de las fieras
y los
ojos vendados del lanzador de cuchillos
ante
la ruleta de la muerte.
Hay
un lugar en que aún suenan
los
broncos abordajes de piratas a los barcos británicos,
el
rugido de tigres de Bengala
y la
sonrisa rota
de
los magos de Holanda y de Turquía.
Hay
en ese lugar
Imágenes
borrosas de mujeres
en
cuartos de hotel, en asientos
traseros
de unos coches furtivos, parados en los bosques
como
brillantes amuletos de juventud;
imágenes
borrosas de mujeres
en
alcobas prestadas, en pasillos
de
edificios que tienen
la
condición de laberintos recordados.
Hay
un lugar en que recorren
las
sierpes del rencor la arena blanca.
Hay
un lugar en que todo está dicho
y
todo está perdido.
Y ese
lugar -apréndelo- es tu corazón.
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