Cómo me quiero
Aprendí a quererme
una tarde de golpe.
Cuando de un bofetón de vida
aterricé en mis pieles.
Cuando por fin noté
que desperté en laureles.
Esperaba encontrarme completa
encontrándome en otros.
Como si pies y manos me sobraran
porque no los usaba,
porque los caminaban y
llevaban prestados
esos otros.
Me miraba al espejo,
tan completa,
y si no me faltaba la rodilla,
me faltaba la risa,
o la costilla,
que se quedaba en la brisa
de algún desconocido,
conocido de prisa.
Si pensaba en mi vida
me ponía entre las ruinas
del amor que robó mi corazón,
y me entraba la total desazón
de saberme en el pecho,
con el consabido hueco
sin reparación.
Aprendí a quererme
una tarde de huida
de aflicciones.
Cuando un trozo
de mi ser corría,
dejándose el pellejo,
porque no le quitaran
lo que más le dolía...
Sus dolores.
Me creí muerta
de cuerpo para arriba,
como si el alma
me la hubieran quitado
y arrancado de cuajo,
y deambulara perdida,
tan vacía,
mezclada en el barullo de la vida.
Aprendí a quererme
en un viejo café
mientras tragaba a sorbos
mi dignidad recién batida.
Había pedido al camarero
mezclar mis esperanzas rotas,
con el zumo de una naranja amarga
y el tallo de un apio desabrido.
Una cucharada de aterrizar
la realidad, era fundamental,
para que el batido tuviera un punto
de verdad.
Después me supo amargo,
pero dulce.
Empecé a degustarme
las entrañas.
Me recordé cuando nací
tan nueva y virgen.
Tan sin preguntas,
sin futuros, ni caminos.
Tan sin fríos, sin amores,
ni dolores.
Tan sin deberes, lesiones
ni desilusiones.
Y me volvía a nacer
saltándome las reglas.
Me volví a descubrir la que tenía.
Me volví a construir
entre las ruinas.
Encontré mis cimientos
y mis vigas.
Despejé el corazón
de los tormentos fríos.
Me descubrí los ojos
de las vendas.
Y me empapé con luz
de sus ventanas mías.
Me dejé de mirar por los que
"más me amaban",
para empezar a verme
y a quererme con mis ojos...
Para empezar a amarme con mis ojos.
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