lunes, 23 de febrero de 2015

Matar a un ruiseñor(1962)

JESSICA LANGE
 


TO KILL A MOCKINBIRD (Chapter 21)
I shut my eyes. Judge Taylor was polling the jury: ‘Guilty . . . guilty . . . guilty . . . guilty . . .’ I peeked at Jem: his hands were white from gripping the balcony rail, and his shoulders jerked as if each ‘guilty’ was a separate stab between them.
Judge Taylor was saying something. His gavel was in his fist, but he wasn’t using it. Dimly, I saw Atticus pushing papers from the table into his briefcase. He snapped it shut, went to the court reporter and said something, nodded to Mr Gilmer, and then went to Tom Robinson and whispered something to him. Atticus put his hand on Tom’s shoulder as he whispered. Atticus took his coat off the back of his chair and pulled it over his shoulder. Then he left the courtroom, but not by his usual exit. He must have wanted to go home the short way, because he walked quickly down the middle aisle towards the south exit. I followed the top of his head as he made his way to the door. He did not look up.
Someone was punching me, but I was reluctant to take my eyes from the people below us, and from the image of Atticus’s lonely walk down the aisle.
‘Miss Jean Louise?"
I looked around. They were standing. All around us and in the balcony on the opposite wall, the Negroes were getting to their feet. Reverend Sykes’s voice was as distant as Judge Taylor’s:
‘Miss Jean Louise, stand up. Your father’s passin’.’




Yo cerré los ojos. El juez Taylor estaba leyendo los votos del Jurado:
–Culpable... Culpable... Culpable... Culpable... –Yo pellizqué a Jem; mi hermano tenía las
manos blancas de tanto oprimir el larguero de la baranda, y sus hombros sufrían una sacudida como
si cada “Culpable” fuese una puñalada nueva que recibiese entre los omoplatos.
El juez Taylor estaba diciendo algo. Tenía el mazo en la mano, pero no lo empleaba. Vi
confusamente que Atticus recogía papeles de la mesa y los ponía en su cartera. La cerró de golpe, se
acercó al escribiente del juzgado y le dijo algo, saludó a míster Gilmer con una inclinación de
cabeza y luego fue adonde estaba Tom Robinson y le susurró unas palabras. Mientras le hablaba le
puso la mano en el hombro. Después cogió la chaqueta del respaldo de la silla y se la echó sobre el
hombro. A continuación abandonó la sala, pero no por su salida habitual. Sin duda quería marcharse
por el camino más corto, porque se puso a caminar con paso vivo por el pasillo central en dirección
a la puerta del sur. Mientras avanzaba hacia la salida, yo seguía el movimiento de su cabeza. El no
levantó los ojos.
–¡Miss Jean Louise!
Miré a mi alrededor. Todos estaban de pie. A nuestro alrededor y en la galería de la pared de
enfrente, los negros se ponían en pie. La voz del reverendo Sykes sonaba tan distante como la del
juez Taylor.
–Miss Jean Louise, póngase de pie que pasa su padre.




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