ASTILLAS
e iban directas al corazón.
Una pinza.
La piel abriéndose.
Luego me dabas un beso en la yema del dedo.
La tabla de multiplicar no explicaba que tú no estarías siempre.
Hay mañanas en las que me levanto con un dolor en el pecho.
Imagino que alguna, tantos años después, ha llegado por fin a su destino.
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