Detenerse ante el asombro
que se despliega en el gesto de la rosa
que se despliega en el gesto de la rosa
o en la maravillada tertulia
que entablan los colores y los pájaros
sobre la franja insegura del atardecer,
equivale a asombrarse del asombro.
Aparece entonces una nueva inocencia,
más esencial que la primera.
Sólo en ella germina
el asombro definitivo:
el reconocimiento a través de las máscaras.
La salvación por el asombro
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