El amor
Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las
conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un
ancla.
Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.
Porque la vida entra en las palabras
como el mar en un barco,
cubre de tiempo el nombre de las cosas
y lleva a la raíz de un adjetivo
el cielo de una fecha,
el balcón de una casa
la luz de una ciudad reflejada en un
río.
Por eso, niebla a niebla,
cuando el amor invade las palabras,
golpea sus paredes, marca en ellas
los signos de una historia personal,
y deja en el pasado de los vocabularios
sensaciones de frío y de calor,
noches que son la noche,
mares que son el mar,
solitarios paseos con extensión de
frase
y trenes detenidos y canciones.
Si el amor, como todo, es cuestión de
palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un
idioma.
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