Sobre los verdes mirtos recostado
quiero brindar, y sobre tiernos lotos,
y que el Amor, al cuello
con una cinta el palio recogido,
escancie el vino en mi profunda copa.
Anacreonte, c. 570 a. C. |
Sobre los verdes mirtos recostado
quiero brindar, y sobre tiernos lotos,
y que el Amor, al cuello
con una cinta el palio recogido,
escancie el vino en mi profunda copa.
Anacreonte, c. 570 a. C. |
No me llamo Natalia
No me llamo Natalia.
Jamás nací.
O si nací fue muerta.
El sol extendía sus primeros rayos
por una madrugada fatídica de marzo. Mas no era yo la que su luz bebía.
Yo no existí jamás.
A lo sumo fui venas, manos, sangre,
un corazón pequeño y precintado,
pero no fui jamás destinada a ser alguien. Mi nombre, yo, Natalia,
estará inscrito en un papel cualquiera,
en labios que no saben lo que hablan,
en tardes remotísimas y ausentes,
acaso,
en el tiernísimo corazón de alguien.
Mas yo, yo no soy yo.
No soy Natalia.
Aman algunos poco tiempo, largamente otros.
Hay quienes compran y también quienes venden.
El acto es cometido a veces en el llanto
y otras sin un suspiro.
Pues todos matan lo que aman;
pero no todos mueren.
Yo soy un moro judío
que vive con los cristianos,
no sé qué Dios es el mío
ni cuáles son mis hermanos.
De todo se ha aprendido la medida.
Un poquito y no más. No demasiado.
No nada. Lo medido,
lo suficiente.
El necesario y breve placer, la necesaria
Justa alegría. No la devorante
alegría de ser, sino la tenue
alegría de estar así o de otra
manera: lo «agradable.»
El necesario
Justo dolor. La justa indignación
– no demasiada –
y una tristeza desteñida – chirle –
para que se humedezca
– sin empapar, cuidado –
la trama de los días.
Entre mis manos cogí
un puñadito de tierra.
Soplaba el viento terrero.
La tierra volvió a la tierra.
Entre tus manos me tienes,
tierra soy. El viento orea
tus dedos, largos de siglos.
Y el puñadito de arena
-grano a grano, grano a grano-
el gran viento se lo lleva.
Málibu,
Olas con lluvia,
Aire de música.
Málibu,
Agua cautiva.
Gruta marina.
Málibu,
Nombre de hada.
Fuerza encantada.
Málibu,
Viento que ulula.
Bosque de brujas.
Málibu,
Una palabra,
Y en ella, magia.
No es lo que está roto, no, No es lo que está roto, no No es lo que está roto, no No es lo que está roto, no, No es lo que está roto Dios, |
Cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día,
cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día,
si cantara el gallo rojo
otro gallo cantaría.
Ay
si es que yo miento
que el cantar que yo canto
lo borre el viento,
ay
qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.
Se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente,
se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente,
el gallo negro era grande
pero el rojo era valiente,
el gallo negro era grande
pero el rojo era valiente.
Ay
si es que yo miento
que el cantar que yo canto
lo borre el viento,
ay
qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.
Se miraron cara a cara
y atacó el negro primero,
se miraron cara a cara
y atacó el negro primero,
el gallo rojo es valiente
pero el negro es traicionero,
el gallo rojo es valiente
pero el negro es traicionero.
Ay
si es que yo miento
que el cantar que yo canto
lo borre el viento,
ay
qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.
Gallo negro, gallo negro,
gallo negro te lo advierto,
gallo negro, gallo negro,
gallo negro te lo advierto,
no se rinde un gallo rojo
más que cuando está ya muerto,
no se rinde un gallo rojo
más que cuando está ya muerto.
Ay
si es que yo miento
que el cantar que yo canto
lo borre el viento,
ay
que desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.
No soy la que camina con la risa en la boca,
ni la que va de paso con la mano extendida.
No soy la compasiva, ni la triste y callada:
soy la que lleva en sí la hipocresía.
No os canséis de mirarme con la mirada abierta,
cual lobos al acecho de mi temor oculto.
Yo soy la hiedra extraña que trepa en una risa
y llora en la raíz, bajo la tierra roja.
Yo soy la piedra dura donde la mar se agota,
la fusta que no tiembla, la espuela congelada:
mi semblanza presento sin dolor y sin sombra.
Miradme, conocedme, sabedme de esta forma
terrible que no oculto.
Mañana seré otra de la que ahora escribe.
Su presencia está cerca:
ceñida a mi cintura
trepará
locamente
hasta mi boca.
Natalia Sosa,poeta española |
I
No vistió su chaqueta escarlata
porque el vino y la sangre ya son rojos,
y sangre y vino había en sus manos
cuando lo hallaron con la muerta,
la pobre que él amó
y a quien en su lecho asesinara.
Axiom
You are a sea.
Your eye-
lids curve over chaos
My hands
where they touch you, create
small inhabited islands
soon you will be
all earth: a known
land, a country.
Axioma
Eres un mar.
Tus ojos-
párpados que se curvan sobre el caos
Mis manos
donde te tocan, crean
pequeñas islas inhabitadas
pronto todo tú
serás tierra: un conocido
suelo, una nación.
III
Siete rosas tiene el ramo,
seis se lleva el viento,
una queda para que
me la encuentre yo.
Siete veces te llamé,
seis no respondiste,
a la séptima promete
que me dirás algo.
Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos que un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.
Sin llama, sin noches de insomnio, sin ardor,
sin lágrimas, sin grandes pasiones, sin convencimiento.
Viviremos así: senza flash.
Queda y pausadamente, dócilmente, entre sueños,
las manos manchadas con la tinta negra de los diarios,
las caras grasientas de crema: senza flash.
Turistas sonrientes, camisas impecables,
Herr Lange y Miss Fee, Monsieur et Madame Rien
entrarán en el museo: senza flash.
Se detendrán ante el cuadro de Piero della Francesca, donde
Cristo, casi enajenado, surge de la tumba,
resucitado, libre: senza flash.
Quizás ocurra entonces algún hecho imprevisto:
se agite el corazón bajo el tejido suave,
se haga el silencio, destelle el flash.
LAS ROSAS
¿Náusea o acaso es la muerte que llega?
Ríndete, corazón mío.
Hemos luchado bastante,
Que mi vida se detenga,
No hemos sido cobardes,
Hicimos lo que pudimos.
¡Oh, alma mía!
Te vas o te quedas,
Tienes que decidirte,
No palpes así mis órganos,
A veces con atención, otras con extravío,
Te vas o te quedas,
Tienes que decidirte.
Yo ya no puedo más.
Señores de la Muerte
No los maldije ni los aplaudí.
Tengan piedad de mí, viajero de tantos viajes sin maleta,
Sin dueño tampoco, sin riqueza, y la gloria que se fue a otra parte,
Ustedes son ciertamente poderosos y divertidos por encima de todo,
Tengan piedad de este hombre enloquecido que antes
de cruzar la barrera ya les grita su nombre,
Atrápenlo al vuelo,
Y después que se amolde a sus temperamentos y costumbres,
si es posible,
Y si les place ayudarlo, ayúdenlo, se los ruego.
Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,
la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.
Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas
y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,
y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde…
Si ahora yo te dijera
que es tu vida esa roca en que rompe la ola,
la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,
aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,
aquel niño que azota la mar con su mano inocente…
Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.
Un sueño
Salones que cruzamos con timidez,
un centenar de rostros que desconocemos…
Con lentitud, una tras otra,
las luces palidecen.
Allí cuando su brillo se hace gris
cuando se ciega con el atardecer,
un rostro me parece familiar,
la memoria del amor encuentra
conocidos los rostros
que antes fueron extraños.
Oigo nombres de padres,
hermanos, camaradas,
así como de héroes, de mujeres, poetas
que yo reverencié cuando muchacho.
Pero ninguno de ellos
me concede siquiera una mirada.
Como las llamas de una vela
se desvanecen en la nada
dejan en el entristecido corazón
sonidos de poemas olvidados,
oscuridad, lamentos
en torno de los días ya encauzados
en leyenda y en sueño
de una luz disfrutada alguna vez.