PUNTO Y APARTE
A Manolo Padorno y Josefina Betancor,
en la villa encantada de Teguise.
Se terminó el eclipse, el agujero,
el soterrado pulso, el gris por vicio,
la tempestad por norma, el canto estrecho,
el subirse a los astros sin sentido.
Yo me miro en el barco surto en el puerto.
Y me miro en el pájaro infinito.
Y me miro en los ojos de mi tiempo.
Y me miro en el hombre, y más me miro.
Se acabó el no diré, y el me da miedo.
Y el debo imaginarme algún estímulo.
Y el voy a sopesar no sé qué gesto.
Y el rompo este papel y este recuerdo.
Y el no quiero saber lo que he sido.
Se acabó el no creer a par del viento,
el no volar a tono con el grito.
Se acabó el no vivir, el ser distinto
del hombre de otras tierras y otros sueños.
Se acabó el olvidar que no vivimos.
Yo me agarro al latido por los pelos.
Y me agarro al favor de cualquier hilo.
Y me agarro de un salto a un clavo ardiendo.
Y me agarro y me agarro, y vivo y vivo.
Se terminó el yo acabo, el yo me muero.
Se terminó el caer en el vacío.
Se terminó mi llanto sin remedio.
Se terminó el decirte YA NO ESCRIBO.
Se terminó ya todo, y ahora empiezo
a encontrar horizontes nunca vistos,
a entender que no todo es agrio ni negro,
a saber que aún aliento, aunque caído,
para mañana estar en pie de nuevo.
Agustín Millares Sall |