PESTILLO
Mi abuelo impartía alemán
en la Universidad de Leópolis, a las ocho de la mañana.
Muchos estudiantes llegaban tarde.
Mi abuelo Karol, partidario de la disciplina,
atornilló en el bastidor de la puerta un pestillo
y unos minutos después de las ocho
la sala estaba cerrada herméticamente.
Pero ellos dormían y dormían, felices,
y no sabían que esa ciudad dejaría de existir
junto con el pestillo, que todo terminaría,
que habría deportaciones y ejecuciones, y llanto,
y que ese pestillo se iba a convertir
en un recuerdo idílico,
en un broche de Herculano, en un tesoro.
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