Y es que nunca se aprende del todo
a sumar y restar.

Le quito treinta años a este tiempo,
una resta sencilla en el verbo vivir,
y te veo llegar, aparecer
en medio de un congreso de escritores,
hermosamente libre,
vestida de ti misma,
morena en el hablar y en el mirarme.
Rondábamos los treinta para doblar la vida,
orgullosos de amor y de desnudo,
de sábanas tomadas y memorias,
dispuestos a buscarse por los mapas.

Tampoco comprendía lo que puede sumarse
a un dolor esperado,
una suma sencilla en el verbo perder,
en las letras del no
escritas con la luz de una ventana.
Estás ahí, por fin dormida.
Contra mi espalda la ciudad
que tanto hemos amado, y por delante
tú en la habitación,
la de un amor de pies y de cabeza
que tampoco ha podido con la muerte.

Porque nunca se aprende del todo
a sumar y a restar,
no me salen las cuentas.
Las cosas van y vienen
confundiendo el ahora y el mañana
con lo que ya no puede suceder.

Todo es raro y difícil como llamarme Luis,
como esperar a que me llames,
como vivir sin ti.