lunes, 20 de junio de 2016

D. H. Lawrence


Higos

La manera socialmente correcta de comer un higo
es dividirlo en cuatro partes tomándolo por la base
y abrirlo, para que sea una brillante, rosada, húmeda,
dulce flor de cuatro pesados pétalos.
Entonces tiras la piel
que es precisamente un cáliz de cuatro pétalos,
cuando ya has sorbido la entraña con tus labios.

Y si lo haces vulgarmente,
aplicas la boca a la grieta, y sacas la carne de un mordisco.

Todo fruto tiene su secreto.
El higo es un fruto que oculta el suyo.
Cuando lo ves allí, creciendo, sientes al instante que es simbólico:
Parece macho.
Pero cuando comienzas a conocerlo mejor, decides
con los romanos:
es hembra.

Los italianos dicen vulgarmente, que representa
lo femenino:
la grieta del higo es la fisura, la vulva,
la maravillosa y húmeda ruta hacia el centro.

Envuelto,
enrollado,
el florecimiento total hacia adentro de las fibras del útero;
y tan sólo un orificio.

El higo, la herradura, la flor de la calabaza. Símbolos.
Había una flor que floreció en su interior, hacia lo hondo;
y ahora hay un fruto como un útero.

Siempre ha sido un misterio
y así debe ser, la hembra debe ser siempre misteriosa.

No ostentando nunca desde lo alto, desplegando sobre una rama
como otras flores su revelación de pétalos;
duraznos irisados; el verde veneciano de los nísperos
y manzanas silvestres;
o finas copas de vino inclinando sus tallos,
cantando abiertamente al cielo:
¡Brindo por la espina en flor! ¡Brindo por su declaración!
Flores atrevidas, descubriéndose.

Envuelto en sí mismo, con su inalterable secreto,
la savia blanca, savia que cuaja la leche y la vuelve
ricotta
savia que huele extraña en tus dedos, tan extraña
que ni los chivos la gustarían;
envuelto en sí mismo, enclaustrado como una mujer
mahometana,
su desnudez siempre escondida, su florecimiento para
siempre oculto;
y sólo una pequeña vía de acceso, y ésta, protegida
de la luz por telas estrechas;
higo, fruto del misterio femenino, secreto e interior,
fruto mediterráneo, con tu oculta desnudez,
donde todo sucede invisiblemente, florecimiento,
y fertilización, y fructificación
en el fondo de ti mismo, que el ojo nunca verá,
hasta que finalice, y sobremadures, y revientes
soltando tu alma.
Hasta que la gota de maduración exude,
y el año termine.

Y entonces el higo ha guardado su secreto bastante
tiempo.
Y explota, y ves por la fisura su color escarlata.
Y el higo perece, y el año termina.
Y de esta manera muere el higo, mostrando su carmín por la abierta grieta, por la herida
Que expone su secreto a luz del día, exhibiéndose como una prostituta.

Y así es como mueren las mujeres.
El año ha caído sobremaduro,
El afío de nuestras mujeres.
El año de nuestras mujeres ha caído sobremaduro.
El secreto se ha desnudado.
Y la putrefacción comienza.
Sobremaduro ha caído el año de nuestras mujeres.

Cuando Eva supo en su mente que estaba desnuda,
tejió al instante un taparrabos de hojas de higo,
y tejió lo mismo para el hombre.
Había estado desnuda todos sus días anteriores,
pero hasta ese día el de la manzana del
conocimiento-, el hecho no había ocupado
su mente.

Comenzó a preocuparse y rápidamente tejió hojas de higo.
Y las mujeres han tejido desde aquel día.
Pero ahora tejen para adornar el hígo reventado,
no para cubrirlo
y están más que nunca concientes de su desnudez,
y no nos dejan olvidarla.

Ahora, el secreto
se vuelve una afirmación a través de los húmedos,
rojos labios que se ríen de la indignación del Señor.

¡Qué entonces, Buen Señor!, gritan las mujeres.
Hemos guardado nuestro secreto bastante tiempo.
Somos un higo maduro.
Estallemos en nuestra afirmación.

Ellos olvidaron que los higos maduros no pueden
guardarse.
Los higos maduros no pueden guardarse.
Los del norte, blancos como la miel; negros higos
del sur, de rojo interior.
Los higos maduros no pueden guardarse, no pueden
guardarse bajo ningún clima.
¿Qué entonces cuando las mujeres de todo el mundo
se han reventado, se han abierto?
¿Los higos maduros pueden guardarse?



 

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