viernes, 5 de abril de 2024

Henri Michaux

En compañía de los monstruos

 

Pronto se hizo evidente (desde mi adolescencia) que había nacido para vivir entre los monstruos.

Durante mucho tiempo fueron terribles, luego dejaron de ser terribles y tras una gran virulencia, poco a poco se atenuaron. Finalmente se volvieron inactivos y yo vivía serenamente entre ellos.

Era la época en que otros, aún insospechados, empezaban a formarse y un día se presentarían ante mí, activos y terribles (pues si debieran surgir para ser ociosos y estar atados, ¿quién piensa que alguna vez se mostrarían?), pero después de haber ennegrecido todo el horizonte, llegaban a atenuarse y yo vivía entre ellos con ánimo ecuánime y era una gran cosa, sobre todo habiendo amenazado con ser tan detestable, casi mortal.

Aquellos que a primera vista eran tan desmesurados, infectos, repugnantes, adquirían una delicadeza en el contorno tal que, a pesar de sus formas imposibles, uno casi los hubiera introducido en la naturaleza.

Esto lo causaba la edad. Sí. ¿Y cuál era el signo seguro de su estadio inofensivo? Muy sencillo. Ya no tenían ojos. Librados de los órganos de la detección, sus rostros, aunque monstruosos de forma, sus cabezas, sus cuerpos ahora ya no inquietaban más que los conos, esferas, cilindros o volúmenes que la naturaleza ofrece en sus peñascos, sus piedras y en muchos otros de sus dominios.

 

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