jueves, 25 de enero de 2024

Sylvia Plath

Carta de amor

No es fácil explicar este cambio tuyo.

Ahora estoy viva, sí, pero por entonces estaba muerta.

Aunque me mostrara indiferente como una piedra

y siguiera allí clavada por pura rutina.

No conseguiste moverme ni un centímetro con el pie, no,

ni me dejaste volver a fiijar mis pequeños ojos sin párpados

en el cielo, aun sin tener la menor esperanza

de aprehender el azul o las estrellas, por supuesto. 



Pero la cuestión era otra. Digamos que me dormí-- una serpiente

camuflada entre rocas negras, como una roca negra

en el hiato del invierno--,

igual que mis vecinos, sin hallar placer

en el millón de mejillas perfectamente cinceladas

que ardían a cada momento para fundir

mi mejilla de basalto. Después se volvieron lágrimas,

ángeles llorando sobre naturalezas apagadas,

pero no me convencieron. Aquellas se helaron.

Cada cabeza muerta tenía un yelmo de hielo.



Y seguí durmiendo, como un dedo doblado.

Lo primero que vi fue un aire diáfano,

y las gotas encerradas elevándose en un rocío

límpido como los espíritus. Había muchas piedras

alrededor, yaciendo opacas e inexpresivas.

No sabía qué hacer con todo aquello.

Brillaba cubierta de escamas de mica y abierta

para derramarme como un fluido

entre las patas de los pájaros y los tallos de las plantas.

No conseguiste engañarme. Te reconocí enseguida.



El árbol y la piedra resplandecían, sin sombras.

Mis dedos se alargaron, translúcidos como el cristal.

Empecé a brotar como una ramaen marzo:

un brazo y  una pierna, un brazi y una pierna.

Y así ascendí, de piedra a nube.

Ahora parezco una suerte de dios.

Flotando en el aire, con mi ropaje de alma

pura como una lámina de hielo. Y eso es un don.


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