jueves, 3 de mayo de 2018

Jesús Lizano

LOS LOCOS BUENOS Y LOS LOCOS MALOS

Locos
lo estamos todos.
Pero unos somos
los locos buenos
y otros los locos malos.

Qué asombro.
Un loco bueno
es el que sabe que estamos locos
y que lo estamos
desde aquel día del salto
y nos quedamos solos
fuera del mundo en que los otros seres
viven sin la locura
de la Razón
que es la razón de la locura.

Qué asombro.
Un loco bueno es el que salva
lo creativo y lo consciente
de su dominio.

Qué asombro.
Un loco bueno es el que vive envuelto
en su sentir, en sus sueños,
el que sólo aspira
a un vivir en el que todos
fuéramos compañeros,
lejos de lo que nos divide
de lo que nos enfrenta,
viendo lo esencial que nos une.

Qué asombro.
Locos buenos
son los que no aspiran
a dominar a los otros locos,
aquellos que sólo aspiran
a vivir nuestros límites
embelleciéndolos,
a resistir lo que nos limita,
que asumen la tragedia
sin intentar construir un mundo
que nos destruye a todos.

Qué asombro.
Y locos malos
son los que construyen
sobre la arena de la Razón,
en que los dominantes
lo son porque existen
los dominados.

Qué asombro.
Locos malos son los que inventan
seres imaginarios,
un mundo imaginario
y luego nos someten a ellos.

Qué asombro.
Locos malos
son aquéllos
que sacrifican las vidas
a las ideas que la Razón impone,
que lo explican todo,
lo justifican todo,
lo imponen todo,
lo dominan todo,
lo juzgan todo,
lo envenenan todo.

Qué asombro.
Qué asombro.
Sí: hay muchos locos
malos pero también
muchos locos buenos...
Todos estamos locos.
Cómo ser consciente
y no volverse loco
con ese ser uno y todo,
uno y otros,
viviendo en la confusión
de lo unitario y lo diverso,
enloquecidos, enfrentados.
Cómo ser creativos
y no sentirse locos.
Cómo llevar lo unitario
–la Razón– en nosotros
y no perderse en la locura
de lo diverso. Locos,
locos.

Qué asombro.
Y los locos buenos,
entretanto,
qué hacemos sino sufrir
su veneno invencible,
su sed de dominio,
los locos buenos,
los que vivimos para sentir
los que sólo aspiramos
a la libertad de todo,
unidos en la soledad del mundo.
Porque mira
que el mundo está solo...
Locos malos
aquéllos que no ven
la soledad del mundo,
su soledad, su encenderse
y apagarse, un momento tan sólo
en el tiempo eterno.

Qué asombro.
Y me diréis: ¿Y el tiempo?
¿No está loco el tiempo?
¿No está loco el mundo?
Cómo no vamos a estar locos
nosotros.
¿Otra cosa que la locura
puede ser dar frutos
para destruir los frutos?
¿Es un loco bueno
o un loco malo
el universo?

Qué asombro.
Qué asombro.
Pero
qué es estar loco.
Loco es ser una parte
del Todo
y un Todo
en un Todo
dividido en partes.

Qué asombro, ¿verdad?,
qué asombro.
Locos buenos, amigos:
señalad a los locos malos
pero vivid contentos
porque ser humano
es ser un loco bueno.
Y, eso sí, perdonadlos,
porque no saben lo que hacen,
no saben que están locos.
Ya lo dijo un loco...
un loco, se supone, bueno.
Yo soy un loco bueno
como lo fue el ingenioso
Hidalgo, como lo fue
el ingenioso Sancho.
Pues no fue poco ingenioso
Sancho...
Abro los ojos cada mañana
y sigo mi aventura
y no permito que la Razón
me ordene el día,
organice mis sueños,
ciña mis sentimientos
y controle mis vuelos.
Y os abrazo a todos
y sufro el desamor
que impone la locura
de los locos malos,
pobres locos
que ignoran su ceguera.

Qué asombro.
Y me pregunto: ¿no
hemos sufrido lo bastante,
no es suficiente el desamor
que nos oprime a todos
para que los locos malos
despierten de su día oscuro?
(Aquél que vio la noche oscura
no vio el día oscuro...
Estaba loco... Pero
¿lo sabía?).

Qué asombro.
Y pensar que esta locura sólo acaba
cuando morimos,
cuando no somos.
No, no nos dividimos
–como dicen los locos malos–
en seres malos y buenos
sino en locos buenos
y locos malos,
pobres de nosotros.
Y decían:
de dónde venimos,
a dónde vamos...
Y nosotros,
pobres de nosotros,
los locos buenos,
viviendo entre las rejas,
entre los delirios
de los locos malos.

Qué asombro.
Pero todos locos,
todos locos,
pobres de nosotros...









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