martes, 2 de junio de 2020

Antonio Gamoneda

Caigo sobre unas manos

Cuando no sabía
aún que yo vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

Yo sentía que la noche era dulce
como la leche silenciosa. Y grande.
Mucho más grande que mi vida.
                                                     Madre:
eran tus manos y la noche juntas.
Por eso aquella oscuridad me amaba.

No lo recuerdo pero está conmigo.
Donde yo existo más, en lo olvidado,
están las manos y la noche.
                                               A veces,
cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra
y ya no puedo más y está vacío
el mundo, alguna vez sube el olvido
aún el corazón.
                          Y me arrodillo
a respirar sobre tus manos.




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