sábado, 30 de marzo de 2019

León Darío Gil

 El mío, María

Si todos tenemos un ángel –como dicen- el mío es usted;

sin alas ni aureolas, simple, común y corriente.



Que no sepa nadie, ángel mío,

que has tergiversado mis creencias;

no por otra cosa profeso ante tí mi idolatría.



Imagínate: Volverse agua mi boca

cuando presiento en la tuya

una estación para mis besos



Que no quepo en la gloria cuando fundamos los dos

el pecado mortal de la dicha

donde acabamos siendo sal, sed, incendio y fruta.



Y, si no, qué dispendioso misterio pervive en todas partes

que, si no estás, toda entera vas conmigo

pervirtiendo mi soledad y cada tiempo que transcurro.



Para divina, ahí está el pérfido ensalmo de tu cintura,

la gracia inmerecida de tu risa, el ajuar renegrido de tu pelo

y, por debajo de tu blusa, un par de claves temblorosas para colarme al cielo.






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