viernes, 14 de octubre de 2016

Felipe Benítez Reyes

Alguien repite el nombre
de una ciudad que nunca ha visitado
y con esa palabra
designa la vida, la cifra, le da forma
a un frágil espejismo
de altas torres y plazas y mercados
alegres -y bandadas
de espantadas palomas, surgidas
del sombrero de copa del Gran Ilusionista,
al toque de campanas vespertino.

Alguien mira la noche cayendo como un fruto
maduro de la nada sobre el mar, y ve unos barcos
partir, y se pregunta
qué ocurrirá allá lejos, en países
cuyos nombres conservan
el dorado prestigio del café, la madera y las espadas,
y en qué puerto, en qué alegre taberna
brindaría y con quién al celebrar
la venta del marfil o del cacao.

En una plaza con palomas,
a la sombra de altas torres,
alguien repite el nombre melodioso
de una ciudad que nunca ha visitado.

Más allá de estos mares,
en un bar de los muelles,
un hombre se entretiene
en mirar en el mapa
esta alejada orilla, y se imagina
sus plazas con bandadas de palomas,
sus bulliciosos bares y casinos
de juego, sus mujeres...

Alguien, en cualquier parte
de otra ciudad desconocida,
repite el nombre de una ciudad
desconocida, tan lejana
de aquí, tan lejos
esta ciudad de aquélla,
de su nombre de plata y aventura.

El equipaje abierto (1996)


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