miércoles, 5 de noviembre de 2014

Nuno Judice

Cómo se hace el poema
Para hablar del mejor modo de hacer un poema,
la retórica no sirve. Se trata de algo simple, que no
precisa de retóricas ni fórmulas. Se toma
una flor, por ejemplo, pero que no sea de esas flores que crecen
en medio del campo, ni de las que se venden en tiendas
ni mercados. Es una flor de sílabas, en que los
pétalos son las vocales y el tallo una consonante. Se pone
en el jarro de la estrofa y se deja estar. Para que no muera,
basta el pedazo de primavera en el agua que va a
buscar la imaginación en un día de lluvia,
o el que entra por la ventana cuando el aire fresco
de la mañana llena el cuarto de azul. Entonces,
la flor se confunde con el poema, pero todavía no es el poema.
Para que nazca, la flor precisa encontrar colores más naturales
de los que la naturaleza le dio. Pueden ser los colores de tu
rostro –su blancura, cuando el sol se vierte en ti–,
o el fondo de tus ojos en que todos los colores de la vida
se confunden con el brillo de la vida. Después
dejo esos colores sobre la corola, y los veo descender
hacia las hojas como la savia que corre por los
velos invisibles del alma. Puedo, entonces, tomar la flor,
y lo que tengo en la mano es este poema que me diste.




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