También tú eres el amor. Eres de tierra y de sangre como los demás. Caminas como quien no se aleja de la puerta de casa. Miras como quien espera y no ve. Eres tierra que sufre y que calla. Tienes sobresaltos y cansancios, tienes palabras ─caminas esperando. El amor es tu sangre ─no otra cosa.
Y sin embargo en el comienzo de la mentira en el movimiento ciego y apurado y sin asilo en el falso espejo de la palabra está nuestra morada y nos consume y aprisiona con su palma de siglos.
Aceptar esta muerte morosa el imperio de esta lenta podredumbre y sin hoguera sin resurrección acaso.
Aceptar la soledad de una frase que destruye el mundo que rodea en una imagen sin recuerdo sin ojo. Aceptar el altivo exilio de nombrar.
Aceptar la débil esperanza de la profecía y del oráculo que nadie entendió.
“Hay momentos en la vida en que el silencio se convierte en una falta, y el hablar una obligación. Un deber cívico, un desafío moral, un imperativo categórico del que no podemos escapar.”
Todas las guerras son guerras entre ladrones demasiado cobardes para luchar, que inducen a los jóvenes varones de todo el mundo a hacer la lucha por ellos.
Hace ya tiempo que habito este palacio. Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses. Dicen que baña el sol de oro las columnas, las corazas color de tortuga, las flores. Soy dueño de un violín y de algunos harapos. Cuento historias de muerte y todos me abandonan. Iglesias y palacios, los bosques, los poblados, son míos, los vacía mi música que inflama. Salí del mar. Un hombre me ahogó cuando era niño. Mis ojos los comió un bello pez azul y en mis cuencas vacías habitan escorpiones. Un día quise ahorcarme de un espeso manzano. Otro día me até una víbora al cuello. Pero siempre termino dormido entre las flores, beodo entre las flores, ahogado por la música que desgrana el violín que tengo entre mis brazos. Soy como un ave extraña que aletea entre rosas. Mi amigo es el rocío. Me gusta echar al lago diamantes, topacios, las cosas de los hombres. A veces, mientras lloro, algún niño se acerca y me besa en las llagas, me roba el corazón.
Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles, y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe. Y es que aunque queméis el papel nunca quemaréis lo que contiene, puesto que en mi interior lo llevo, viaja siempre conmigo cuando cabalgo, conmigo duerme cuando descanso, y en mi tumba será enterrado luego.
En Moscú, las cúpulas en llamas. En Moscú, ya tañen las campanas. Los sepulcros están aquí, en hilera, y allí duermen los zares, las zarinas.
Tú no sabes aún que en el alba del Kremlin se respira mejor que en cualquier otro sitio. Tú no sabes que en el alba del Kremlin yo te rezo hasta el alba.
Tú pasas sobre el Neva y yo sobre el Moscova, cabizbaja. Se duermen las farolas.
Te quiero en el insomnio. Te escucho en el insomnio. Mientras que por el Kremlin despiertan campaneros.
Mi río con tu río, mi mano con tu mano se ignoran. Cariño mío, alegría hasta que el alba alcance a la siguiente
Música: Carlos Gardel Letra: Alfredo Le Pera / Mario Battistella
Barrio plateado por la luna, rumores de milonga es toda su fortuna. Hay un fueye que rezonga en la cortada mistonga, mientras que una pebeta, linda como una flor, espera coqueta bajo la quieta luz de un farol.
Barrio… barrio.. que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental. Penas…ruego… ¡esto todo el barrio malevo melodía de arrabal! Barrio… barrio… perdoná si al evocarte se me pianta un lagrimón, que al rodar en tu empedrao es un beso prolongao que te da mi corazón.
Cuna de tauras y cantores, de broncas y entreveros, de todos mis amores. En tus muros con mi acero yo grabé nombres que quiero. Rosa, “la milonguita”, era rubia Margot, en la primer cita, la paica Rita me dio su amor.
Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la adversidad, ni tampoco en la felicidad; pero el hombre virtuoso descansa en la virtud, y el hombre sabio la ambiciona.
Como uvas azules junto a la ventana y miro al valle nevado. Por un momento, la profundidad del mundo me devuelve la mirada. Entonces un arrendajo azul esparce nieve de una rama. No hay mundo; no hay encuentro. Sólo estremecimientos, dulzura en la lengua.